"El retrato de Dorian Gray" de Oscar Wilde, es una de esas novelas que todo amante de la literatura debe leer, pero a su debido tiempo. Lo digo porque yo la tenía dentro de las "inposibles de pasar de la página 50", sobre todo porque la traté de leer a los 13, siguiendo la recomendación de un profesor de Lengua que sabía más de literatura que de la capacidad de un adolescente para comprender a Wilde.
Y es que muchas veces nos vemos inmersos en la duda de si recomendar literatura a los niños y/o adolescentes o no. A favor suelen estar los que defienden que ayuda a su madurez cultural; y en contra los que pensamos que provoca que se aborrezca la lectura.
El caso es que con motivo de las Jornadas Culturales que, como cada curso, celebramos en el CEA Antonio Herrera de Cuéllar; decidimos proyectar la película de Dorian Gray, lo que me animó a volver a intentar leerla. (Aprovecho la ocasión para avisar a los posibles estudiantes que les hayan pedido que se lean la novela y piensen que con ver la película es suficiente, de que no tiene demasiado que ver: el argumento está resumido y modernizado, incluso añade cosas que no están en el libro. Así que sintiéndolo mucho, os tendréis que leer).
Y ahora, a mis treinta-y-tantos, he descubierto una de las lecturas más profundas y universales que me he echado encima en los últimos tiempos. El argumento es sencillo: un pintor hace un retrato a un apuesto joven (Dorian Gray), y un amigo del pintor aprovecha la ocasión para elogiar tanto la belleza del retrato, como la del modelo. Estos elogios le llevan a la paradoja de que el retrato seguirá mostrando la belleza de Dorian Gray al tiempo que él envejece y se deteriora. Surge la reflexión sobre el valor de la belleza y la juventud. Y el deseo, por parte de Dorian de no envejecer y de que sea el cuadro el que lo haga.
A partir de aquí irá comprobando como los estragos de una vida entregada al placer se hacen palpables en el retrato y no en su aspecto, lo que le lleva a una vida desmedida, llena de lujo y placeres mundanos.
De fondo queda la reflexión sobre la idoneidad de la eterna juventud, de la mesura de los placeres y la responsabilidad en la vida y la necesidad de la belleza.
Una reflexión profunda y que no lleva a ninguna conclusión, salvo la certeza de que todos los modos de vivir tienen sus ventajas e inconvenientes.
Una lectura, en definitiva, recomendada para los amantes de la literatura, con la madurez suficiente como para comprender lo que supone el paso del tiempo y con la necesidad de plantearse varias de las grandes cuestiones de la vida.
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